¿Debería temer a mis propios deseos?
convulsiones óseas,
nauseas en la sangre
de una rosa que no florece.
Y el oleaje en cada respiración…
— Yo en realidad te deseo estrepitosamente,
como un hombre que rueda por las escaleras
viendo su conciencia dar vueltas —
Y este ardor…
vasto,
incontenible;
es la vida la que se me escapa por las narices.
Y aún azul,
yerto,
etéreo,
no ceso de reproducir imágenes
que se me escapan entre los dedos,
mis labios violetas
besan el frío sideral
de las ansias hechas pesadillas,
y me quemo
me quemo,
y bebo,
y bebo,
y me reconcilio
me doy palmadas en la espalda
me digo que todo está bien
que mañana pasa la próxima ruta.
Veo los transeúntes alejarse en sus dos patas de patos amaestrados
y que ni se atreva el primero a darme consuelo
cuando contengo en mi garganta
el sabor de mi saliva-sangre-licor;
suficiente reconocimiento de lo que se es y lo que no,
suficientes programas de televisión por hoy.
Pero un día…
un día de estos…
estaré del otro lado
donde han coincidido las y los flotantes;
un día de estos las bendiciones surtirán efecto,
las de mi madre y las de quien me maldice;
se encontrará la araña, la tela y la mosca
y ocurrirá una orgía.
Ese día yo dispararé por la ventana
sin clemencia
la alegría del fuego,
el brillo en mis ojos;
sonarán todos los timbres de recreo
sonreirán las brujas
serán derrotadas todas las flechas
será restaurada la fé de quien no la tiene
se pudrirá el que la finge.
Soplará la brisa
y traerá consigo dientes de león
navegando los aires
con gesto pacífico.
Y ese día todo el mundo será testigo,
pero nadie conocerá mi secreto,
daré un abrazo a mi corazón,
a mi pecho,
y me iré a dormir tranquilo,
temprano.