I
Sentir…
la mirada que se esconde rauda
en fisuradas máscaras de ignorancia e hipocresía,
el oído que se cierra
al estruendo del tolueno y su verdad,
el olfato que finge ajeno
el orín de la callejuela,
el gusto que olvida
a que sabe la palabra atronadora.
II
Les veo pasar tan grises
como la niebla de firmamentos desesperados
habitados por una inquietud que golpea y quiebra cada pecho;
el redoblar de su taconeo
describe la danza frenética
del ritmo incesante de las voraces máquinas
que lo tragan todo a su paso
y no dejan más que un rastro de peste y cáncer para abonar la historia.
Secuencias humanas
en oficinas moduladas,
engendros del carbono
con el lomo ya roto.
Autómatas disfrazados de caridad y deber,
no son más que despojos aullando
ante el horror de su espeso vacío:
– ”Solo la esclavitud me libera,
el suplicio me salva” –
UNA ESTÚPIDA CIFRA QUE NADA SIGNIFICA
UNA ESTÚPIDA CIFRA QUE NADA SIGNIFICA
UNA ESTÚPIDA CIFRA QUE NADA SIGNIFICA
UNA ESTÚPIDA CIFRA QUE NADA SIGNIFICA
UNA ESTÚPIDA CIFRA QUE NADA SIGNIFICA.
III
Veo en sus rostros
el signo infaltable de la muerte:
absoluta,
devastadora,
omnipresente;
por cada surco de su piel,
aguas que llevan el rumor del tiempo,
ríos del profundo Hades:
Estigia (odio]),
Lete (olvido),
Aqueronte (aflicción).
Un canto a la distancia
susurra una promesa no muy lejana
de paisajes desconocidos,
destellos improbables;
a ellos nos aproximamos,
paso a paso, de ojos cerrados.
IV
Cada mirada que huye,
oido que se cierra,
olfato que finge,
gusto que olvida;
abalanza sobre mí
este polvo de esperanzas muertas,
smog de humano desahuciado,
muro de terrible gravedad
que aplasta mis entrañas
explotando con morbidez la risa y rabia
en una exhibición obscena
que aterra su apatía
y su locura colectiva.