La huida

Migramos… marchamos del sin rumbo, huimos. Solo fueron indispensables un par de cosas -menos de las que esperábamos- para dejarse caer. Luego el vacío, particular sensación. Esta la puede compartir quien cae como quien arroja, pero nunca, nunca, será igual. Quien cae hace del vacío su alimento, su aire, su sol; quién solo arroja, solo ve caer, apenas añora dejarse llevar por esta posibilidad. Vacío y oscuridad se llevan bien, son siamesas abrazadas y nos hemos hundido en su cálido seno: descendemos a los subterráneos, el inconsciente; perseguimos estelas de refulgentes luciérnagas que ya no encontramos. La oscuridad es un territorio, nos ha adoptado; madre loba aulla, nos ha acogido. Tras sus pasos preguntas, valles, llanuras y picos que solo se recorren con la piel. Adoptar un nuevo lenguaje ¿cuál? el de lxs exiliadxs. De todas las direcciones se ven llegar en tropel andariegos agraviados por el capricho y la intransigencia de hombres que aprietan sus manos en privado para lanzar su maldición sobre la tierra. Nos encontramos en la sombra, donde hacemos realidad la paz prohibida, la armonía de cuerpos tendiendo al desorden. De estos juegos nace la complicidad, y de esta el secreto; inquietud en el ojo febril del poderoso. A nosotrxs, que nada nos es dado, nos procuramos la dulce alegría, eternidad del instante, y la atesoramos  en las tinieblas donde no llega la radiación de la luz digital, del vértigo tecno-ilógico. Siempre estás invitadx, mientras guardes el secreto.

 

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